Todos los emprendedores, dentro
de los cuales me incluyo, tenemos pensamientos, sueños, e ideas de lo que
podría ser algún día un exitoso negocio. Se pasan muchas horas, días, meses y a
veces años, pensando que tal o cual idea será plasmada en un emprendimiento que
perdure en el tiempo. La idea es tratar que lo que suponen y muchas veces,
llegan a ser casi hipótesis, se transformen en hechos que se puedan constatar y
además verificar, a través de un proceso continuo de diálogo comunicacional y
transaccional con los clientes.
El cometido es trabajar esa
valiosa idea para convertirla en un modelo de negocio que se sustente, que
otorgue rentabilidad y que pueda crecer en el tiempo, ojalá lo más corto
posible, y con menores pérdidas en el proceso, esa es la misión básica del
emprendedor.
Este proceso, prácticamente
siempre los obligará a cambiar un sinfín de cosas, deberá experimentar,
modificar, moldear, para poder lograr los objetivos y metas trazadas. Camino
largo y pedregoso, que les deparará, quizás, hasta fracasar (ojalá en forma económica
y rápida, pero siempre sacando buenas lecciones aprendidas), pero que
significará, lo más probable, en algún momento lograr el éxito que esperan.
La gestión del emprendedor, sin
ningún lugar a dudas es admirable. Pensemos tan solo en un simple ejemplo de
lograr vender un producto tangible en una selva comercial, como lo es un
supermercado que cuenta con más de 25.000 referencias de productos
alimentarios, esto, sin siquiera especular acerca de la nueva revolución
industrial, pensada como la define Chris Anderson, una combinación de
fabricación digital y personal.
Estamos pasando desde producir,
producir y producir a una personalización de públicos, con productos (bienes
y/o servicios) que entregan valor superior al precio pagado por ellos.
La invitación para todos los emprendedores es a soñar,
pensar, respirar y vivir como startup.
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